La argentina se clasificó a la final mediante una goleada histórica ante Paraguay por 6-1, como
hace mucho tiempo no se lograba. No por el resultado, sino por argumentos empleados. Una idea
clara, innegociable e interpretada y apropiada con firmeza por todos los jugadores que componen este plantel.
Cuando dicen que un gesto vale más que mil palabras, sin dudas es verdad. La sonrisa del Tata lo dijo todo. Triunfaron sus ideales. Unos ideales que sus dirigidos volvieron una bandera. Y eso no es fácil de lograr. Premio al mérito para Martino. Dicha esta mención (que creo era necesaria y quizá merecedora de algo más extenso) doy paso al análisis propiamente dicho.
Cuando Ramón Díaz en la previa al encuentro planteó una presión alta (y espero ahora que con el
resultado puesto no se subestime) muchos dudamos de la credibilidad de sus palabras. Pero fue cierto y merece también su reconocimiento. El partido arrancó perdido en el vértigo. Paraguay propuso la imprecisión y el desorden (algo sobre lo que Argentina no entiende), volviéndolo su virtud. Lo incomodo era cómodo para la Albirroja. Por otra parte, se permitía el toqueteo entre los centrales argentinos pero ni bien la selección se acercaba a la mitad del campo, allí comenzaba la fuerte presión paraguaya.
Agrupaba jugadores ni bien un argentino recibía el balón para impedir la elaboración. Aunque vale aclarar también, que ese trabajo exhaustivo dejaba ciertos espacios entre sus propios defensores y allí
Pastore en una primer llegada anunciaba lo que vendría después. Al margen de esto, Paraguay fue el primer equipo en toda la Copa América que impuso las condiciones del partido a la selección nacional. Prueba de eso fue Biglia, quien en medio del caos e impulsado por amarilla de Mascherano, tomó su rol y en medio del nerviosismo planteado se llevó la primer amarilla.
Pero de esa situación que los dirigidos por el riojano plantearon (cortar con faltas cualquier intento de avance argentino, dada su presunta incapacidad en el juego aéreo), Argentina realizó lo impensado. Messi la colocó en el área y Rojo (quien se cambió justo unos segundos antes esos botines que lo llevaron a errar un penal frente a Colombia) con el oficio de un 9 de alma, dominó la pelota y con una eficaz media vuelta puso el 1-0.
A partir de ahí, los espacios de la defensa paraguaya se profundizaron cada vez más. Quizá no estaba preparada para tal desgaste físico que una presión constante conlleva. Así, Messi materializó esa idea primera del Tata. Se posicionó delante de la línea de volantes rival (algo que venimos mencionando desde el comienzo de la copa) y filtró un gran pase para Pastore, quien delante de una defensa entregada (objetivo real de la posición de Messi) sacudió el arco de Villar con un remate bárbaro para poner el 2-0 argentino.
Para sumar detalles al desconcierto de Paraguay, tanto su mejor jugador, Derlis González, como su veterano de guerra, Santa Cruz se iban lesionados del campo de juego. En una ráfaga de minutos, la muestra de que todo lo que se planeó en una semana de trabajo puede desmoronarse en un instante. Como diría Panzeri, futbol: dinámica de lo impensado.
Lo que siguió del PT se resumió en dos cuestiones. La primera en “Potrero” (como me gusta llamarle) Pastore y sus mil maneras de volverse Zidane, con total naturalidad. La segunda la esperanza de Ramón Díaz y de todo Paraguay de emular lo hecho en el primer partido de esta copa, tras el gol convertido por Lucas Barrios, quien había entrado hace unos minutos por el lesionado Santa Cruz. La idea de mandar a todos arriba como en aquella oportunidad, parecía volver a salirle al técnico multicampeón con River.
En el ST todo fue mejor. Para la Argentina, claro está. Algo me lo indicó cuando a los segundos de
comenzada la segunda parte, Pastore le tiró un atrevido caño a un paraguayo. Minutos más tarde, una
vez más como durante toda la copa, Messi detrás del Zidane argentino, pase milimétrico para Di María y el 3-1 para arrancar con cierta tranquilidad y soltura ese ST. Al poco tiempo, la paz total. Paraguay
desparramado en el campo y un 10 argentino encendido en pos del equipo, anticipó una pelota dividida, y dejando jugadores en el camino asistió otra vez al 21, para que tras una atajada del arquero, Di María marque su doblete con el arco vacío.
Desde ese momento el partido siguió por mera cuestión burocrática. Un duelo totalmente resuelto a
favor de los de Martino, que sin ningún tipo de piedad continuaron machacando a un equipo que ya no quería estar en el campo. Agüero con un golazo de cabeza, e Higuaín (en la primera que tocó) le
propiciaron una paliza histórica, quizá no merecida. Pero merecedora a su vez la Argentina por todas las situaciones de gol que creó en el transcurso de este certamen. Paraguay indefenso, fue quien lo sufrió.
De esta manera, llegamos a la final. Una nueva final para esta selección la cual, alterando mínimamente las palabras de su líder, ese líder silencioso, ese líder generoso, ese que lleva la cinta y no se aloca por hacerlo, quiere saber todo. Esperemos que en la final, este capitán deje ese silencio y lo transforme en un grito. Un grito de ese bendito gol que no se le da. Un grito (¿Por qué no?) de consagración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario